Intérprete e investigador de la música en la generación del 27' y el exilio republicano español.
Premio de la crítica "El Primer Palau". "La guitarra de Lorca vuelve a sonar".

Manuel de Falla, por Gustavo Pittaluga (México, 1947)




Manuel de Falla, por Gustavo Pittaluga

// El Nacional. México, 6 de abril de 1947

Los redactores de los programas de la mayor parte de los conciertos sinfónicos han introducido la costumbre de colocar al pie -o al cabo- del nombre de cada autor un paréntesis fatídico -hasta el año pasado-: "El sombrero de tres picos", Manuel de Falla (1876-      ), que parece un macabro regusto de enterrador de ávido acecho -y esperanza- de cerrarlo.

El paréntesis de Manuel de Falla está cerrado: 1876-1946. Lo cerró un telegrama de una de esas Agencias que garantizan la verdad con iniciales, comunicándonos el fallecimiento "del Sr. Don Manuel de Falla y Mateu, conocido compositor español"...

Poco después, otra Agencia, o la misma -da igual- nos enteró, desde Cádiz, de que el transporte del féretro hasta su sepultura, montado sobre un armón de Artillería y presidido por las Autoridades, "constituyó una sentida manifestación de duelo".

Al cabo de los meses transcurridos, todavía -según me dicen- se disputan el cadáver -por fortuna, sepulto- quienes pretenden esclarecer si, "políticamente hablando", debió ser enterrado en lugar sagrado o administrado por el Poder Civil.

"Sic transit". O, mejor -o peor- "pobretería y locura". O "esperpento".

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Manuel de Falla es -y no digo fue; es -mucho más- o, para su mayor Gloria a la derecha de Dios Padre, muchos menos- que el señor Don Manuel de Falla y Mateu, que un Capitán General con mando en Plaza y, no digamos, que materia de explotación política.

Manuel de Falla es uno de los compositores más importantes de nuestro tiempo. Y, para mayor claridad, diré: uno de los cuatro grandes compositores de su tiempo.

Y, en lo español: el compositor más importante, desde el siglo XVIII hasta nuestros días.

Ni más, ni menos.

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Una de las grandes "novedades" del Arte de nuestro tiempo es -aunque ello parezca paradójico, si se piensa que su advenimiento es simultáneo con el de los "irracional", o los "abstracto" por ejemplo- la incorporación de la inteligencia al proceso de la creación.

Lo hombres -por "hombres"- no se miran al espejo.

Los pobres hombres se miran al espejo asiduamente para autocomplacerse. Espécimen por antonomasia: el "cursi". 

Poner el espejo al servicio de la inteligencia y ser capaz de someterse a su prueba a diario, es un acto del que solo son capaces los "pechos nobles"; es fortaleza de alma y da por resultado la perfección.

El estado de "superación permanente" sobre el cual está sostenida la obra de Manuel de Falla es un producto de ese género de fortaleza. "Niente se mi considero. Molto se mi comparo". Verdad del acervo común que no necesita demostración. Verdad inconcusa si el disciplinante tiene el valor de "compararse", cara a cara, consigo mismo: con los compases, o las octavas reales, o los bocetos establecidos ayer por la tarde.

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Manuel de Falla nace a la Música de la manera más convencional posible de nacer a la Música. Y voy a añadir que nace a otras muchas cosas del mismo modo convencional: y que en la mayor parte de esas cosas, nace, vive y muere "convencional". Su Catolicismo, por ejemplo, es monjil y ñoño. No queda, que yo sepa, prueba documental de un pensamiento católico de Manuel de Falla en el estilo, digamos, de un Claudel. El eco del que nos llega es de tradición oral y se ajusta a una ortodoxia al pie de la letra. Y aún al pie de la letra del Padre Ripalda. Catolicismo del "Dios Grande" y del "Dios Chico", de estampita y escapulario.

En toda su vida de "artista" no se encuentra una sola "salida de pie de banco", ni un gesto "extemporáneo", ni una "aventura", ni una "pasión", ni una "subida de tono", ni siquiera una profesión de fe estática enunciada con vehemencia. Solo queda memoria de sus pequeñas manías: precisamente tantas píldoras, precisamente, a tal hora. Orden. Y precisamente, "orden establecido". Una vida "reglée comme du papier a musique". Precisamente.

Pero, por sus obras le conoceréis.




Retrato de Manuel de Falla, a partir del retrato de Pablo Picasso, de autor desconocido. El Nacional, México, el 6 de abril de 1947


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Sus tres grandes contemporáneos. Debussy (su contemporáneo "mayor"), Ravel (su contemporáneo del mismo año de nacimiento, si no me equivoco) y Stravinsky (su contemporáneo "menor" -es un modo de decir-) nacen Debussy, Ravel y Stravinsky [sic].

Entre "L'Enfant Prodige" y "Pelléas", entre los "Jeux d'eau" y el "Concierto" de piano, entre los "Feux d'artifice" y el "Scherzo a la Russe" corre, fluyente, un proceso de madurez "normal", "lógico", espontáneo.

Entre las "Piezas Españolas" y el "Concierto" para clavecín está tenso del arco de una inteligencia "permanente" al servicio de la salvación de su poseedor y, de paso, de la nuestra, de la de los que venimos detrás y de la de los que han de venir.

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Picasso y Stravinsky -cuyas "vidas paralelas" (hablando de otras cosas) sería curioso comparar- operan con cada uno de sus "períodos", de sus cambios de postura, en el plano de la pura y alegre intuición, caprichosamente (y conste que no hay tal capricho; pero valga, para entendernos, por ahora). Falla opera -no exento de cierto masoquismo- contra sí mismo, contra su "temperamento", contra el medio social que, en el más glorioso esplendor de decadencia concebible, le impone el oficio de compositor de "música española", que quieras, que no. 

Su inteligenica le avisa de la necesidad de aplicar a los grandes males los grandes remedios. Un revulsivo: la revolución. 

Metódicamente, sistemáticamente, apurando su propia disciplina, a solas consigo mismo, anegando el chorro generoso de su "inspiración", cerrándolo voluntariamente, asfixiando la Hidra de su increíble temperamento, de su calor voraz, canalizando su capacidad de invención, busca la perfección.

Su "convencionalismo" esconde, en realidad, un "inconformismo" de magnitudes insospechables.

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Desde el punto de vista del "gráfico" de la Música de su tiempo -de la Música, quiero decir- su obra conocida (hasta que el misterio de la "Atlántida" descorra su velo) carece de la "ópera magna", del vértice representado por "Pelléas" o la "Consagración de la Primavera". Es toda, del principio al cabo, obra maestra. Pero, obra "menor".

Desde el punto de vista del camino recorrido, del camino "ganado", es gigantesca. Cada uno de sus títulos, cada uno de sus pasos, marca un hito que mide distancias inmensas. Y entre uno y otro, ha dejado atrás, sin escribirlas, las obras de transición, con una firmeza de ánimo de vidente.

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Se ha dicho que Manuel de Falla cierra -con el "Amor Brujo"- el período "nacionalista" de la música española. En realidad, lo agota. Durante los años que transcurren entre el "Amor Brujo" y "El Retablo de Maese Pedro", Falla da con el porvenir volviendo la vista hacia el pasado y descubre que no es "nacional" el "acento", sino que es nacional la "manera de pensar" y, por derivación, el "estilo".

El "Retablo" y los dos primeros tiempos del "concierto" de clavecín -en el tercero prefiero no detenerme, por ahora, aunque no sea más que por el muchísimo daño que ha hecho por ahí- constituyen la recuperación del sentido profundo de lo que es, realmente, un lenguaje: la determinación particular de un pensamiento universal.

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Su obra ha entrado, ya, en la Historia de la Música.

Su lección está ahí, en carne viva. Solo de nosotros depende su validez. Por de pronto, hay que salir al campo por las puertas abiertas en él. Y, una vez libres, no perder el rumbo; no perder la brújula; no perder -¿otra vez?- las huellas del sendero.

Los "malos discípulos" se perderán en su "imitación" al pie de la letra. Los esforzados encontrarán su herencia, la que no está siquiera entre líneas y que consiste en la obligación [de] seguir adelante, de ir más lejos, de rezagarle, siguiendo la señal de su dedo.
"La música y el conocimiento sólo llegan si se tocan"